San José de Flores, el barrio porteño que formó al papa Francisco

Jorge Bergoglio creció en Flores y dejó una huella imborrable en el barrio. Tras su muerte, el lugar podría convertirse en un nuevo destino de peregrinación.

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Francisco, de nombre secular Jorge Mario Bergoglio, fue el 266.º papa de la Iglesia católica.

Antes de convertirse en el primer papa latinoamericano, Jorge Mario Bergoglio fue un chico de barrio. El suyo, Flores, es ese rincón de Buenos Aires que todavía lo recuerda como “el padre Jorge”, el vecino que barría la vereda, el que iba al colegio público, el que aprendió las tablas subiendo las escaleras del patio del jardín.

Allí, entre mates y sobremesas, nació el hombre que más tarde revolucionaría a la Iglesia católica.

“Flores es el barrio en el que nací y viví hasta entrar en el Seminario. Con un poco de petulancia puedo decir que es mi barrio, mis raíces”, escribió Francisco en una carta enviada al Museo del Barrio de Flores en 2018. Esa misiva, escrita de puño y letra desde Roma, hoy es la joya del museo que guarda su memoria.

La Basílica San José de Flores, con su imponente fachada neogótica, conserva el sitio donde, el 21 de septiembre de 1953, un joven Bergoglio sintió el llamado al sacerdocio. Una placa dorada, colocada junto al confesionario de madera tallada, recuerda ese momento fundacional: el inicio de una vida al servicio de los demás.

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El 18 de febrero de 1883 la actual Iglesia de San José de Flores fue inaugurada y bendecida por Monseñor Federico Aneiros, en medio de una gran celebración popular.

“Él tiene muy presente la basílica y nos regaló este San José dormido que nos mandaron en avión. Fue una revolución para la comunidad”, recuerda el cura Martín Rebollo Paz, vicario en la parroquia.

Un hijo de inmigrantes que abrazó la ciudad

Flores fue más que su dirección: fue su primer universo. Allí vivió con sus padres y sus cuatro hermanos en una casa modesta.

Asistió al jardín en el Instituto Nuestra Señora de la Misericordia, hizo la primaria y la secundaria en escuelas públicas, fue bautizado en la Basílica María Auxiliadora. Quienes lo cruzaban en la línea A del subterráneo cuentan que “no usaba auto oficial” porque siempre prefería el transporte público ya que “era la mejor forma de sentir a la gente, de escucharla”.

En Flores también se forjó su mirada compasiva, no desde la teoría sino desde la convivencia con vecinos, entre veredas rotas y almacenes de barrio. Ese mismo espíritu lo llevaría -años más tarde- a abrazar las causas de los más postergados y a recorrer las villas como pastor y no como figura decorativa.

El papa de las villas y las escuelas

A pocos metros de la Basílica, aún se conserva la escuela donde la hermana Dolores le enseñó el catecismo y lo preparó para la comunión. Nunca olvido su origen, por eso allí mismo ofició misas ya siendo arzobispo y compartía ñoquis con las monjas en la cocina.

En sus visitas a las villas, especialmente la 21-24, su figura era la de un hermano mayor. Se bajaba del colectivo con su atuendo clerical, caminaba los pasillos de tierra y saludaba a todos por su nombre.

“Era uno más”, repetían los vecinos en la misa improvisada con la que lo despidieron esta semana. El padre Lorenzo “Toto” de Vedia lo recuerda como un referente espiritual y humano: “era parte de nuestra familia, no venía a tomarse fotos, venía a estar”.

San Lorenzo y su debilidad por el fútbol

A solo unos kilómetros, también en el Bajo Flores, se ubica su otra gran pasión: el club San Lorenzo de Almagro, fundado por un cura en 1908. Bergoglio se enamoró del ciclón en 1946, cuando venció a los grandes del fútbol argentino y se consagró campeón: desde entonces, no dejó de alentarlo ni siquiera desde el Vaticano, donde exhibió camisetas azulgranas en vitrinas papales.

Cada 1 de abril, él mismo oficiaba la misa en la capilla del club.

En el fútbol encontraba los mismos valores que en la vida: entrega, humildad, equipo. Por eso, ser hincha de San Lorenzo no fue un dato de color, sino una extensión de su identidad barrial y creyente.

Flores, barrio de fe, historia y futuro

Hoy, mientras el mundo despide al papa Francisco, Flores lo llora como a un hijo propio. Las calles que lo vieron crecer, la escuela donde aprendió a multiplicar y la Basílica donde nació su vocación, se convirtieron en puntos clave de una historia que ya trasciende lo espiritual.

Su legado abre una oportunidad única para el barrio: convertirse en centro de peregrinación y destino turístico religioso y cultural. Lugares como la Basílica San José de Flores, el Museo del Barrio, su casa natal y hasta los bares de la zona donde solía pasar las tardes, podrían integrarse en un circuito urbano que conecte su vida cotidiana con su impacto global.

El turismo de la fe, que moviliza millones de personas en todo el mundo, tiene ahora en Flores un nuevo faro. A medida que su figura crece en el tiempo, el barrio donde todo empezó también puede transformarse: no como un sitio de devoción formal, sino como el lugar real donde un cura caminaba con los pobres, alentaba a su club y celebraba la misa del pueblo.

Flores, ese rincón porteño de esquinas gastadas y veredas sinceras, se prepara para contar su historia al mundo. La del vecino que llegó al Vaticano sin dejar de ser de barrio.