Cambiar la forma en que comemos podría reducir las emisiones de gases de efecto invernadero: expertos explican cómo
Una dieta más verde no es capricho: investigadores muestran que ajustar hábitos alimentarios podría disminuir drásticamente los gases de efecto invernadero y mejorar la salud.

La alimentación está en el centro de la crisis climática: cerca de un tercio de las emisiones globales proviene del sistema agroalimentario, según la nueva Comisión EAT-Lancet 2025. Pero hay esperanza: al modificar lo que ponemos en el plato, podemos reducir el calentamiento global, prevenir millones de muertes prematuras y construir sistemas alimentarios más equitativos.
El sistema alimentario global —desde la producción hasta el desperdicio— genera alrededor del 30 % de los gases de efecto invernadero. Si no cambiamos la forma en que producimos y consumimos alimentos, incluso con la eliminación progresiva de los combustibles fósiles, ese aporte podría empujar al planeta más allá de los límites ecológicos seguros.
Comer diferente sí importa: qué dice la ciencia
El nuevo informe de la comisión EAT-Lancet proyecta que una transición hacia dietas más equilibradas y sostenibles podría reducir las emisiones del sector alimentario más de la mitad frente a un escenario sin cambios. Además, los gases no-CO₂ agrícolas, como metano y óxido nitroso, podrían caer hasta un 15 % para 2050.

Estas cifras se traducen en resultados muy concretos. Mejorar la dieta podría prevenir hasta 15 millones de muertes prematuras cada año, al reducir enfermedades asociadas a la mala alimentación, como la obesidad, la diabetes o las enfermedades cardiovasculares.
¿Qué cambios concretos proponen los expertos?
El consenso científico es claro: no se trata solo de “comer menos carne”, sino de transformar todo el sistema alimentario. La clave está en priorizar los alimentos vegetales, reducir los desperdicios y garantizar que los sistemas productivos respeten tanto los límites ecológicos como las realidades sociales de cada región.
- Adoptar la “dieta de salud planetaria”: este modelo propone aumentar el consumo de verduras, frutas, legumbres, cereales integrales y frutos secos, y reducir las carnes rojas, los productos ultraprocesados, los azúcares y las grasas saturadas. No exige eliminar los productos animales, sino consumirlos con moderación y elegir alternativas más sostenibles.
- Reducir pérdidas y desperdicios: una parte considerable de las emisiones no proviene del campo, sino de lo que nunca llega al plato. Mejorar el almacenamiento, el transporte y el aprovechamiento doméstico de los alimentos podría reducir significativamente el impacto ambiental.
- Transformar la producción agrícola: los expertos insisten en que el cambio de dieta debe ir acompañado por una agricultura más regenerativa, con menor uso de fertilizantes sintéticos y menos conversión de ecosistemas naturales. Promover prácticas que protejan el suelo, fomenten la biodiversidad y capturen carbono es esencial para cerrar el círculo.
- Políticas fiscales y normativas: el informe también propone medidas estructurales: impuestos a los alimentos con alta huella ambiental, subsidios a productos saludables, etiquetado más claro y regulaciones publicitarias que orienten el consumo responsable.
Implementar estas transformaciones no implica una revolución de un día para el otro, sino un cambio gradual y sostenido. Los especialistas coinciden en que pequeños ajustes pueden generar grandes resultados si se mantienen en el tiempo y se acompañan con educación alimentaria, incentivos adecuados y compromiso político.
¿Cuánto podemos ganar (y perder) con estos cambios?
Los beneficios de transformar la dieta global son inmensos, pero el desafío también lo es. Según los investigadores, el mundo podría ahorrar hasta cinco billones de dólares al año en costos sanitarios, restauración ecológica y adaptación climática.
El potencial económico y ambiental es indiscutible, pero alcanzar esa meta requiere superar grandes resistencias. Los expertos subrayan que el cambio no solo depende del consumidor, sino de decisiones políticas, incentivos correctos y una transformación profunda de los sistemas de producción y distribución.
Obstáculos y debates en el camino
Cambiar hábitos alimentarios implica atravesar barreras culturales, sociales y económicas. Lo que se considera “comida tradicional” o “deseable” varía en cada región, y los sectores productivos con mayor peso económico suelen resistir los cambios estructurales.

Además, existen tensiones entre la necesidad de garantizar la seguridad alimentaria y la urgencia de reducir el impacto ambiental. Los países de ingresos bajos, por ejemplo, enfrentan el desafío de asegurar una dieta nutritiva sin reproducir los patrones insostenibles de las economías desarrolladas.
Qué puedes hacer tú, hoy mismo
Aunque la transformación global requiere políticas y compromisos institucionales, las acciones individuales también cuentan. Incorporar más alimentos vegetales en la dieta, elegir productos locales y de estación, reducir el desperdicio y consumir con conciencia puede parecer poco, pero a gran escala genera un efecto multiplicador.
Comer distinto no es un sacrificio, sino una forma concreta de apostar por un planeta más sano y una vida más equilibrada. Si millones de personas asumen ese compromiso, el cambio dejará de ser una utopía para convertirse en una nueva forma de habitar la Tierra.