Por qué Rusia planea construir su nueva estación espacial con módulos reciclados
La futura estación orbital rusa no será completamente nueva: se armará con piezas que ya llevan décadas girando alrededor del planeta. La apuesta rusa refleja los condicionantes económicos y geopolíticos.

La Estación Espacial Internacional (EEI) tuvo algo de milagro diplomático. Durante más de 20 años, países con intereses opuestos compartieron herramientas y colaboraron en proyectos científicos. Pero ese acuerdo tenía fecha de vencimiento.
La EEI se pensó para durar 15 años y terminó prolongando su vida útil hasta bien entrada la década de 2020. Ahora, con su retiro previsto para 2030, cada potencia mueve sus piezas para no quedarse afuera de esta nueva carrera.
Rusia, por ejemplo, acaba de anunciar que piensa reciclar sus viejos módulos de la EEI para construir una nueva estación propia.

El plan es inédito y ambicioso: separar los módulos que hoy forman parte del segmento ruso de la EEI y rearmarlos como núcleo de una nueva Estación Orbital Rusa. Así, no se trataría de una estación nueva en el sentido clásico, sino de una especie de “segunda vida” para estructuras que ya acumulan décadas de radiación, microimpactos y fatiga de materiales.
Desde el punto de vista técnico, la apuesta es audaz. Implica apostar a que los sistemas diseñados en los años noventa todavía puedan sostener vida humana, experimentos científicos y operaciones complejas durante varios años más. Cada módulo viejo arrastra años de dilataciones térmicas extremas, pequeñas fugas de aire y reparaciones constantes.
El desafío no es solo estructural. También es biológico. Con el tiempo, las estaciones espaciales desarrollan su propia “vida interior”: bacterias y hongos que se adaptan a la microgravedad y colonizan superficies. Varios estudios ya han advertido que la carga microbiana en algunos módulos supera los niveles considerados seguros. Apostar por reutilizarlos implica aceptar que esos problemas viajen intactos hacia la nueva estación, como pasajeros no invitados.
Entonces, ¿por qué hacerlo?
La respuesta está mucho menos en la ingeniería que en la geopolítica. Tras la invasión a Ucrania, Rusia quedó sometida a sanciones internacionales, perdió cooperación tecnológica y vio reducidos sus márgenes financieros. En ese contexto, construir una estación completamente nueva resulta más caro, lento y políticamente complejo. Reciclar módulos aparece como una alternativa viable para mantener su presencia en órbita con los recursos disponibles.

La elección de la órbita tampoco es casual. La inclinación de una órbita define qué regiones del planeta pasan por debajo de la estación y, sobre todo, desde dónde se puede lanzar para alcanzarla optimizando los costos. Rusia planea ubicar su futura estación en una órbita inclinada unos 51,6 grados respecto del ecuador, muy similar a la de la actual EEI.
Al optar por esta trayectoria, Rusia se asegura poder enviar misiones desde bases ubicadas dentro de su propio territorio, como Plesetsk o Vostochny, y reducir su dependencia del histórico cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán. En el ajedrez espacial, asegurar las “casillas” de lanzamiento propias equivale a proteger al rey.
Rusia no abandona el espacio tripulado, aun cuando se rompen acuerdos y se enfrían alianzas. La futura estación cumple un rol simbólico fuerte: sostener la imagen de potencia espacial autónoma en un mundo cada vez más fragmentado.

En paralelo, otras piezas avanzan. China amplía su estación Tiangong, India proyecta la suya y empresas privadas prometen laboratorios orbitales comerciales. El espacio dejó de ser un club exclusivo y pasó a parecerse más a una partida simultánea, con jugadores estatales y corporativos disputando posiciones.
El caso ruso, sin embargo, tiene un condimento particular. La misma agencia que años atrás advirtió que sus módulos estaban demasiado envejecidos ahora apuesta a prolongarles la vida. Esa contradicción evidencia que muchas decisiones responden más al contexto geopolítico que a un ideal científico.
Si la estrategia funciona, Rusia logrará algo inédito: convertir el desgaste en continuidad y sostener su lugar en órbita con piezas recicladas. Si falla, heredará todos los problemas de la EEI amplificados, flotando alrededor del planeta.