Un retroceso alarmante: el mar azota las costas y borra del mapa los acantilados

Estudios advierten que el cambio climático está acelerando el retroceso de los acantilados. Las eclosiones costeras ponen en riesgo a comunidades y ecosistemas, y demandan acciones urgentes de mitigación y adaptación.

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Científicos advierten que el cambio climático intensifica los procesos naturales de erosión y reclama estrategias de adaptación urgentes.

El aumento del nivel del mar y la intensificación de los fenómenos meteorológicos extremos están acelerando un fenómeno preocupante en las zonas costeras: el retroceso de los acantilados rocosos.

Este proceso erosivo, aunque en forma natural sucede lentamente, se está volviendo más rápido e intenso, y afecta no solo el paisaje sino también la seguridad de comunidades, infraestructuras y ecosistemas costeros.

Un estudio liderado por expertos de la Universidad de Oviedo y publicado en The Conversation, analiza la situación en Europa y confirma que al menos el 25 % de las costas europeas están sometidas a procesos erosivos significativos, particularmente durante temporales y tormentas intensas.

Esta erosión se traduce en pérdidas de terreno que pueden alcanzar decenas de metros en pocas semanas, como ocurrió en la playa de Piles (Valencia, España), donde se registró un retroceso de 40 metros entre el 6 y el 20 de enero de 2020 durante la tormenta Gloria.

El cambio climático ha elevado la media anual del nivel del mar desde 2,1 milímetros en 1993 a cerca de 4,5 milímetros en 2023, con valores que en algunos lugares rondan los 3,4 milímetros. Aunque estas cifras puedan parecer pequeñas, su impacto se magnifica cuando se combinan con fenómenos meteorológicos extremos, que incrementan la energía del oleaje y la humedad del suelo, debilitando la resistencia de las rocas y facilitando desprendimientos y deslizamientos.

Un caso emblemático es el deslizamiento en el Faro de Tazones, Asturias, donde entre 2018 y 2021 se desplazaron más de 3 millones de metros cúbicos de terreno, con movimientos puntuales de hasta 14 metros en 2019, coincidiendo con lluvias intensas y olas que superaron los 9 metros.

Fenómeno global

Este fenómeno no es exclusivo de España. En el sur de California, durante el evento El Niño 2015-2016, el 12 % de los acantilados en un tramo de 300 kilómetros retrocedieron entre 10 y 15 metros, como consecuencia de la fuerza del oleaje y las lluvias extremas en zonas muy vulnerables.

En Normandía, Francia, los acantilados registraban históricamente un retroceso anual de entre 10 y 18 centímetros. Sin embargo, en las últimas décadas ese ritmo se ha acelerado notablemente: ya supera los 30 centímetros por año en promedio, y en zonas particularmente expuestas puede alcanzar hasta 80 centímetros anuales. Este patrón se repite en otros sectores de la costa atlántica europea. En Gran Bretaña, las costas han experimentado retrocesos de entre 2 y 25 centímetros por año, dependiendo de la geología y las condiciones climáticas locales.

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El retroceso de los acantilados no solo transforma el paisaje: también altera hábitats costeros y obliga a repensar el uso del suelo en zonas vulnerables.

La erosión acelerada de los acantilados plantea desafíos importantes para la gestión costera. La pérdida de terreno afecta infraestructuras, viviendas y rutas, además de alterar hábitats naturales clave.

Por eso, las estrategias de adaptación se vuelven urgentes: es necesario potenciar la investigación para anticipar zonas de riesgo, educar a la población sobre los peligros y mejorar la planificación territorial con criterios de sostenibilidad y prevención.

Las autoras enfatizan que la respuesta requiere adaptación basada en ciencia. Sugieren fortalecer los sistemas de monitoreo con técnicas de teledetección e instrumentos in situ. Incorporar la erosión acelerada en la planificación urbana y de infraestructuras costeras. Y Fomentar la educación ciudadana sobre los peligros y la prevención en zonas vulnerables.

Sin estos pasos, advierten, las comunidades costeras, raíces culturales y edificaciones emblemáticas podrían estar condenadas. Solo así se podrá proteger el patrimonio natural y cultural de las costas, preservar vidas humanas y asegurar un futuro más resiliente frente al avance del mar.

Esta investigación confirma que la erosión costera ha dejado de ser un proceso lento y continuo para convertirse en un desafío acuciante. Acantilados que durante siglos resistieron el paso del mar hoy ceden metros bajo la presión climática, obligando a replantear la convivencia entre el océano y la costa.