Expertos explican cómo reciclar de forma correcta: lo esencial para contribuir a la economía circular

Cada día, el país produce montañas de residuos que no desaparecen por arte de magia. Detrás del simple acto de tirar una botella o una cáscara existe una cadena ambiental, social y económica que define el futuro de las ciudades.

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Cuando reciclamos plástico, papel, vidrio o metales, estamos reduciendo la necesidad de extraer recursos nuevos, disminuyendo la emisión de gases, economizando energía.

En la cocina, frente al tacho de basura, se juega una escena decisiva. Una cáscara de banana, una botella de gaseosa, una lata vacía y una bandeja de telgopor parecen pertenecer al mismo destino final. Sin embargo, cada uno de esos residuos inicia un recorrido distinto según dónde termina. Y ahí aparece el gesto cotidiano que separa el caos de una oportunidad ambiental: elegir bien el contenedor.

En Argentina se generan unas 45.000 toneladas de residuos por día. El dato impresiona más cuando se traduce a escala humana: en dos segundos, el país produce una tonelada de basura. En grandes ciudades como Buenos Aires, cada persona genera hasta 2,5 kilos diarios, muy por encima del promedio nacional. El problema no termina ahí: cerca del 35 % de esos residuos queda en basurales a cielo abierto, con impacto directo sobre el aire, el agua y la salud.

El desequilibrio resulta brutal: producción desmedida, consumo acelerado y una gestión de residuos que no acompaña esa velocidad.

Separar bien la basura no resuelve todo, pero define el punto de partida. Sin esa primera clasificación doméstica, la economía circular queda reducida a una expresión simpática para conferencias ambientales.

Reciclar no es solo separar: es cambiar la lógica del descarte

Cuando un residuo llega al sitio adecuado, deja de llamarse basura y pasa a convertirse en recurso. Esa es la esencia de la economía circular: extender la vida útil de los materiales, reducir la extracción de recursos naturales y disminuir las emisiones asociadas a la producción.

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Cuando reciclamos plástico, papel, vidrio o metales, estamos reduciendo la necesidad de extraer recursos nuevos, disminuyendo la emisión de gases, economizando energía.

Reciclar bien no requiere un doctorado en ingeniería ambiental, aunque a veces los envases se empeñan en parecer jeroglíficos modernos. La clave está en separar por tipo de material y respetar el código de colores.

El reciclaje no funciona como simple gestión de residuos, sino como parte de un modelo más amplio: la economía circular. La idea apunta a que los materiales ya usados sigan en movimiento. Que un envase vuelva como materia prima, que un objeto se repare en vez de descartarse y que la basura doméstica deje de ser desecho para convertirse en recurso.

Los contenedores se identifican por colores y cada uno cumple una función específica. Separar bien no solo ordena la basura: mejora el reciclaje, reduce la contaminación y hace más eficiente todo el circuito de la economía circular.

Contenedor amarillo: envases ligeros

Recibe la mayoría de los envases que llegan del supermercado.

Va en amarillo:

  • Botellas de plástico de agua, gaseosas, leche y aceite.
  • Tapas, tapones, bolsas plásticas y envoltorios.
  • Tarrinas de yogur, bandejas de telgopor y envases blíster.
  • Tubos de champú, detergente y productos de limpieza.
  • Latas de bebidas y conservas.
  • Papel de aluminio limpio y aerosoles vacíos.
  • Envases tipo Tetra Brik (leche, jugos, caldos).

No va en amarillo:

  • Juguetes de plástico.
  • Cubiertos descartables.
  • Utensilios de cocina.
  • Mangueras y objetos que no sean envases.

Dato útil: vaciar y enjuagar los envases evita olores y facilita el proceso. Aplastar botellas y latas ahorra espacio y mejora la recolección.

Contenedor azul: papel y cartón

Exclusivo para materiales limpios y secos.

Va en azul:

  • Cajas de cartón desplegadas.
  • Diarios, revistas y folletos.
  • Bolsas de papel y papel de envolver.
  • Hueveras de cartón.

No va en azul:

  • Cajas con grasa o restos de comida.
  • Servilletas y papel de cocina usados.
  • Brics y papel de aluminio.
  • Papel fotográfico o fax.

Consejo simple: retirar grapas, cintas y plásticos antes de desechar.

Contenedor verde: vidrio

Solo botellas y frascos.

Va en verde:

  • Botellas de vino, cerveza y otras bebidas.
  • Frascos de conservas y mermeladas.
  • No va en verde:
  • Vasos y copas.
  • Espejos y ventanas.
  • Bombitas, cerámica y porcelana
  • Las tapas se separan y van al contenedor amarillo. No hace falta lavar el vidrio, pero sí vaciarlo bien.

Contenedor marrón: orgánicos

Disponible en algunas ciudades, resulta clave para producir compost.

Va en marrón:

  • Restos de frutas y verduras.
  • Cáscaras de huevo.
  • Posos de café y saquitos de té.
  • Servilletas sucias y filtros de café.

No va en marrón:

  • Pañales y toallitas.
  • Arena de gato.
  • Cenizas.

Contenedor gris: resto

Todo aquello que no puede reciclarse.

Incluye pañales, colillas, polvo de barrer, cerámica rota y residuos sanitarios.

Puntos limpios: residuos especiales

Para materiales peligrosos o voluminosos.

  • Pilas y baterías.
  • Electrónicos y electrodomésticos.
  • Aceite usado.
  • Muebles, textiles y madera.
  • Lámparas y radiografías.

Separar bien no exige perfección, pero sí atención.

La economía circular empieza en casa, pero no termina ahí

Separar residuos funciona como la puerta de entrada a un cambio más profundo. La economía circular propone rediseñar el ciclo completo: desde la fabricación hasta el descarte, pasando por el uso y la reutilización. Implica que las empresas asuman mayor responsabilidad sobre los envases que colocan en el mercado y que los productos se diseñen pensando en su reciclaje futuro.

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En Argentina, los proyectos de ley sobre Responsabilidad Extendida del Productor aún avanzan sin ritmo de maratón. Mientras tanto, el sistema sigue apoyado en esfuerzos individuales y cooperativos que sostienen una estructura desigual.

Reciclar reduce el volumen de residuos destinados a vertederos, conserva recursos naturales, disminuye la contaminación del aire y del agua y genera empleo. También impulsa un consumo más consciente, ese que piensa dos veces antes de comprar una tercera bolsa descartable que promete “ser la última, ahora sí”.

Cuando reciclamos plástico, papel, vidrio o metales, estamos reduciendo la necesidad de extraer recursos nuevos, disminuyendo la emisión de gases, economizando energía.

Porque acá conviene decirlo sin vueltas: reciclar funciona, pero no alcanza. El verdadero cambio aparece cuando se compra menos, se reutiliza más y se descarta con criterio. El gesto más ecológico no siempre consiste en elegir el tacho correcto, sino en evitar que ese residuo exista desde el origen.