La nueva amenaza que cae del cielo: los "químicos eternos" infiltran nuestras lluvias
Cuando creíamos que habíamos vencido la lluvia ácida, un enemigo invisible y persistente ha tomado su lugar. El ácido trifluoroacético (TFA) está transformando las precipitaciones globales en un laboratorio químico a cielo abierto, desatando un debate entre científicos y reguladores sobre su alcance y peligrosidad.

La lluvia ácida ha sido históricamente asociada a la contaminación por dióxido de azufre y óxidos de nitrógeno, que al reaccionar en la atmósfera generan ácidos fuertes como el sulfúrico y el nítrico. Estas precipitaciones en forma de lluvia, nieve o niebla han provocado daños en bosques, suelos, lagos, monumentos y también efectos en la salud humana.
Gracias a políticas regulatorias y avances en tecnología industrial, los niveles de estos contaminantes han disminuido significativamente en las últimas décadas. Sin embargo, el desafío de la lluvia ácida persiste, ahora con protagonistas emergentes cuyos efectos apenas comienzan a evaluarse, tal como indica Nature.
Entre ellos destaca el ácido trifluoroacético (TFA), un compuesto sintético que, lejos de caer por fuentes tradicionales, se origina en productos químicos industriales, como gases refrigerantes de nueva generación. Quizá invisible para la población general, la presencia de TFA en lluvias de todo el mundo está siendo reportada por estaciones de monitoreo y analistas ambientales.
¿Qué es el TFA y cómo llega a la lluvia?
El TFA es un ácido orgánico de la familia de los "químicos eternos" (PFAS), famosos por su estabilidad y persistencia en el ambiente. Su origen proviene mayoritariamente de la degradación atmosférica de hidrofluorolefinas, nuevos gases refrigerantes diseñados para ser menos contaminantes en términos de efecto invernadero pero que, al degradarse, liberan TFA.

Por su alta solubilidad en agua y resistencia a la degradación biológica, el TFA viaja largas distancias y acaba disolviéndose en la lluvia o nieve que cae sobre campos, lagos y sistemas de agua potable. Estudios recientes han detectado concentraciones crecientes de este ácido en precipitaciones sobre Europa, Norteamérica y Asia, generando inquietud en la comunidad científica respecto a sus efectos a largo plazo.
Si bien el TFA no es tan corrosivo como otros ácidos derivados del azufre o nitrógeno (su pKa es significativamente más débil), su persistencia y acumulación podrían representar un riesgo ambiental, especialmente en ecosistemas acuáticos donde puede afectar organismos sensibles y alterar la química de aguas superficiales y subterráneas.
Implicaciones ambientales: ¿debemos alarmarnos?
Las principales preocupaciones en torno al TFA se centran en su resistencia a la eliminación natural y su tendencia a acumularse, ya que ni los sistemas de tratamiento de agua convencionales ni los procesos biológicos logran removerlo eficazmente. Esto implica que, a medida que sigue llegando a los cuerpos de agua, aumenta el potencial de exposición para la fauna, la flora y, eventualmente, para los humanos a través del consumo de agua potable, según indica Climate Fact Checks.

Reguladores y científicos debaten en qué nivel deberían fijarse límites seguros para el TFA y si es necesario adoptar políticas que restrinjan las emisiones de sus precursores industriales. Por ahora, la evidencia no muestra efectos agudos ni crónicos en la salud humana a las concentraciones detectadas en el ambiente, pero la acumulación progresiva obliga a la cautela y a intensificar los estudios.
Mientras tanto, la alerta no debe convertirse en alarma, pero sí en vigilancia: el monitoreo constante y la transparencia regulatoria serán esenciales para evitar que la historia de la lluvia ácida se repita con estos nuevos actores químicos.