"Terraformar" Marte en un planeta habitable podría convertirse en el mayor experimento de la humanidad

La terraformación de Marte es un concepto ancestral de ciencia ficción, pero con el avance de la ciencia y las tecnologías modernas merece la pena revisarlo. Se trataría del mayor experimento de la humanidad.

"Terraformar" Marte en un planeta habitable podría convertirse en el mayor experimento de la humanidad
Créditos: a la izquierda imagen tomada por Viking 1 (NASA), a la derecha representación esquemática, no real, de Marte bajo el proceso de terraformación (MYL Studio.)

Durante décadas, “hacer verde” a Marte fue sinónimo de ciencia ficción, una épica en el cine y novelas de lectura atrapante. En el año 2025, el conjunto de avances convergentes del transporte espacial, avances en biología sintética y modelado climático, nos para en un nuevo enfoque: estudiar seriamente la “terraformación” como programa de investigación, no como gesto inmediato.

“Terraformar”: hacer que un planeta o luna resulte apto para la vida humana y el sostenimiento de ecosistemas terrestres. Si bien el término se originó en la ciencia ficción, ahora se utiliza en debates científicos y teóricos sobre la colonización espacial real.

El Taller Marte Verde 2025 propone justamente eso, su documento guía presenta una historia a la inversa: inicia con posibles destinos planetarios y retrocede, paso a paso, hasta los requerimientos técnicos y científicos necesarios. En el camino delimita alternativas, incógnitas críticas y beneficios colaterales en la Tierra, desde ingeniería climática hasta tecnologías sostenibles.

Pasar de lo imposible a lo investigable

Hace treinta años, la terraformación era doblemente utópica, básicamente era física y logísticamente inviable. La situación cambió, y lo hizo puntualmente con la aparición de Starship y sus vehículos que prometieron abaratar en grandes órdenes de magnitud los lanzamientos y, con ello, el flujo de carga y equipos hacia, por ejemplo, el planeta rojo. Ese vector logístico, sumado al gran salto en biología sintética, abre puertas que antes estaban totalmente cerradas y limitadas a la ciencia ficción.

El eje conceptual ya no es “¿se puede?” sino “¿conviene terraformar Marte? Y si es así, ¿cómo hacer de Marte un “planeta verde”?

Un equipo liderado por Erika DeBenedictis (Pioneer Labs), sostiene que la terraformación debe pensarse como agenda científica. Es posible diseñar hipótesis, validar en laboratorio, simular con modelos climáticos y, eventualmente, realizar experimentos a pequeña escala en sitio para evaluar estrategias de calentamiento localizado.

Esa narrativa inversa del taller es útil por dos motivos; primero ancla expectativas sin delirios, define estados meta plausibles y plazos seculares, y segundo, estructura hojas de ruta en fases acopladas (calentamiento, biología y atmósfera), dejando claro que cada escalón requiere investigación propia y criterios de salida antes de avanzar.

Fase 1: calentar y liberar agua líquida

El primer objetivo es elevar la temperatura media de Marte en decenas de grados durante pocas décadas. Dos familias de estrategias aparecen como candidatas: aerosoles artificiales en la alta atmósfera y gases de efecto invernadero de larga vida. La premisa es aumentar el forzante radiativo lo suficiente como para disparar retroalimentaciones térmicas positivas.

Ese escalón térmico importa porque Marte almacena hielo de agua en cantidades que, según estimaciones recientes, bastarían para formar un océano de casi 4 millones de km² con 300 metros de profundidad. Un salto de ~30 °C podría derretir reservas clave, habilitando agua líquida superficial de forma estacional o regional, condición básica para química prebiótica y procesos biológicos simples.

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Representación esquemática, no real, de paneles solares en la superficie marciana. Créditos: MYL Studio.

Más allá de la física del forzamiento, esta fase obliga a entender procesos marcianos no triviales como las poderosas tormentas de polvo y su acoplamiento con una atmósfera que pasaría a ser más cálida y húmeda; interacciones suelo-hielo; y la estabilidad de cuerpos de agua incipientes. Por eso, el taller reclama modelos climáticos de alta resolución y experimentos controlados que permitan reducir incertidumbres antes de escalar en esto, por supuesto.

Fase 2: sembrar microbios, diseñar consorcios

Suponiendo que se lograron las temperaturas más elevadas y la obtención de agua líquida, al menos de manera regional, el siguiente paso es introducir vida microbiana diseñada. Entra en escena la biología sintética: extremófilos reprogramados para tolerar radiación, amplitudes térmicas y baja presión relativa, combinando rutas metabólicas para fijar carbono y producir oxígeno mediante fotosíntesis, explican los científicos.

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Representación esquemática de los astronautas en la superficie de Marte trabajando en la terraformación del planeta rojo. Créditos: MYL Studio.

La visión del equipo de investigación es pragmática: no se plantan bosques; se cultivan tapetes microbianos (análogos a algas) capaces de colonizar superficies y cerrar ciclos básicos en solo décadas. Estos consorcios deberían mantener robustez ecológica (redundancia funcional) y bioseguridad (contención genética), de modo de persistir ante el polvo, la radiación UV y variaciones hidrológicas de Marte.

El éxito de esta fase depende también de insumos locales: nutrientes, trazas y catalizadores. Para esto se plantea evaluar qué hay bajo las capas de hielo y en los regolitos cercanos, porque de allí saldrán minerales críticos para ensamblar metabolismos eficientes. A la par, se proponen plataformas de prueba en domos o invernaderos marcianos de escala piloto para iterar diseño biológico con condiciones reales. Como se ve el desafío es enorme, pero posible.

Fase 3: atmósfera densa y oxigenada, de domos a exterior

La última etapa es inevitablemente lenta y esto puede desilusionar, pero está claro para los científicos actuales que se necesitan siglos, o incluso milenios, para lograr una atmósfera densa y con oxígeno suficiente para sustentar vida compleja fuera de hábitats cerrados, en Marte. El taller propone comenzar en espacios cerrados, en cúpulas de hasta 100 m de altura que funcionen como biofábricas. Allí, la fotosíntesis y/o la electrólisis del agua producirían aire respirable y bancos de biomasa.

Representación esquemática, no realista de un domo en Marte. Créditos: MYL Studio.

El concepto de domo cumple doble rol, por un lado es una plataforma tecnológica (control fino de variables, seguridad, reciclaje), y también una pasarela cultural que permite vivir en Marte mientras se profundiza la investigación en acoplamientos climáticos y ciclos geoquímicos a gran escala. Mientras tanto fuera del domo, en el aire libre de Marte, la expansión vegetal (ya como biocovers) aportaría oxígeno a la atmósfera general, pero el reloj de ese proceso natural marca miles de años.

Una pregunta práctica recorre esta fase: ¿con qué materiales se escala la electrólisis de manera eficiente? ¿Existe inventario local suficiente o habrá que importar desde la Tierra durante décadas? El taller Marte Verde considera estas restricciones de materiales como prioritarias para la investigación, junto con la durabilidad de infraestructuras en un entorno aún hostil, explican los científicos.

Incógnitas, ética y beneficios inmediatos en la Tierra

Aún los científicos no saben que ocultan exactamente las capas de hielo profundas de Marte, y tampoco cómo mutarán las tormentas de polvo cuando la atmósfera gane humedad y energía. Lo propio con el umbral de calentamiento, que podría desencadenar transiciones no lineales indeseadas en el planeta rojo. Responder a todo esto requiere mucho trabajo de investigación, exige campañas de sondeo, laboratorios in situ y misiones precursoras con diseño experimental explícito.

No nos olvidemos que la parte ética, ya que terraformar es un proceso irreversible a escala humana. Implica reescribir la historia planetaria de Marte, quizá borrando un registro prístino fundamental para la ciencia. Y si hubiera vida autóctona (aunque sea microbiana), podríamos extinguirla por competencia ecológica o alteración del hábitat. Esta reflexión no inmoviliza, pero orienta.

Antes de intervenir el planeta “hay que saber qué hay en Marte”, aclaran los científicos.

El lado más fértil del programa es que rinde ahora en la Tierra. Tecnologías para habitabilidad marciana como cultivos resistentes a la desecación, sistemas de circuito cerrado, reciclaje hídrico y de nutrientes, energías limpias; estos tienen aplicación directa en nuestro planeta. El espacio, entonces, como banco de pruebas para tecnologías verdes: maduran en ambientes extremos y reingresan al uso terrestre con robustez probada.

En resumen, terraformar Marte como programa de investigación es ya un objeto legítimo de las ciencias duras. La ambición es descomunal, sí; pero el método (fases, pilotos, ética, criterio de salida) es lo que transforma una epopeya en el posible mayor experimento de la humanidad.

Como corresponde a cualquier experimento bien planteado, la primera hipótesis es no dañar; la segunda, aprender todo lo posible antes del siguiente paso. Y recién después, algún día, decidir si la humanidad quiere (y se merece) hacer verde a otro mundo.

Referencia de la noticia

Devon Stork y Erika DeBenedictis. "An Introduction to Mars Terraforming, 2025 Workshop Summary". Cornell University. 7 de octubre de 2025.

Mark Thompson. "Could We Really Turn Mars Green?". Universe Today. OCtubre 2025.