Así fue como unos patitos de goma se convirtieron, sin querer, en el más increíble experimento científico
Un accidente marítimo en el Pacífico Norte terminó convirtiéndose en uno de los experimentos científicos más insólitos y útiles de las últimas décadas. Todo gracias a 28.800 juguetes de baño que emprendieron, sin quererlo, un viaje épico alrededor del mundo.

El 10 de enero de 1992, el buque "Evergreen Ever Laurel" navegaba desde Hong Kong hacia Estados Unidos cuando una tormenta lo sorprendió con toda su furia. Entre los contenedores que se fueron al agua, había uno que transportaba miles de juguetes: patitos amarillos, tortugas azules, ranas verdes y castores rojos. Un zoológico de plástico flotante listo para enfrentarse a los mares del mundo.
Por un curioso detalle de diseño -carecían de agujeros-, estos juguetes no se hundieron. Se transformaron en náufragos de largo aliento. Y fue así como 28.800 animales de goma pasaron décadas deslizándose sobre la superficie oceánica y siguiendo el movimiento de las olas alrededor del mundo.
New ELI today 'Lost at sea the amazing journeys of rubber ducks around the world; studying ocean currents following the Friendly Floatees ocean spill'.
— Earthlearningidea (@ELI_Earth) June 1, 2020
Free download: https://t.co/oWmDs1cD9Z pic.twitter.com/FoRnqxMTPS
El dicho dice que “las oportunidades no pasan, se crean”, y eso fue lo que hizo Curtis Ebbesmeyer, un oceanógrafo que se especializaba en las corrientes marinas. Él vio en este accidente una oportunidad dorada (y amarilla, y roja, y verde). Con la ayuda de bañistas y voluntarios, empezó a rastrear el paradero de los juguetes perdidos, transformándolos en indicadores flotantes que marcaban los caminos invisibles de los océanos.
Así, los primeros reportes de "Flotadores Amistosos", como se los conoce a estos juguetes, empezaron a llegar: a fines de 1992, varios aparecieron en Alaska, a más de 3.200 kilómetros del lugar del accidente. Después, otros cientos tocaron tierra en el Golfo de Alaska. Los patitos no solo sobrevivieron, sino que además inauguraron una nueva era en el estudio de las corrientes marinas.
De Alaska al Polo Norte (y más allá)
La aventura plástica no terminó ahí. Muchos juguetes siguieron viajando, impulsados por el viento y las corrientes. Algunos se congelaron en el hielo del estrecho de Bering, y quedaron varados a la espera de la primavera. Otros lograron llegar a Japón, y algunos, luego de casi una década a la deriva, reaparecieron en lugares tan lejanos como Escocia.
Con la ayuda del modelo OSCAR (Simulación de Corrientes Superficiales Oceánicas), los científicos incorporaron la posición de cada juguete y lograron predecir su movimiento, confirmando teorías sobre los grandes giros oceánicos que circulan por el planeta. Predijo, por ejemplo, la dirección de los Friendly Floatees que llegaron al estado de Washington en 1994.
Gracias a estos juguetes náufragos, el mundo puso la lupa sobre fenómenos como el Giro del Pacífico Norte, hogar de la tristemente célebre Gran Mancha de Basura del Pacífico. Una isla flotante de desechos plásticos que no aparece en las postales turísticas, pero que sí amenaza la vida marina y nuestra salud.
El legado de los flotadores amistosos
Hoy usamos boyas con GPS de alta tecnología para rastrear las corrientes oceánicas, pero en los años 90, los verdaderos héroes fueron... ¡los patitos de goma! Sí, esos juguetes de baño perdidos en un naufragio terminaron siendo una herramienta científica sin querer.
Friendly Floatees: In January 1992, a cargo ship leaned a little too far, and caused a container holding 29,000 rubber ducks to fall. This is the path those ducks took. #EIIRInteresting #engineering #oceancurrents
— Pareekh Jain (@pareekhjain) October 15, 2021
Source: https://t.co/ovwg1qzBR5 pic.twitter.com/a1uF02OCfr
Hoy se sabe que todavía quedan alrededor de 2.000 de estos juguetes surfeando las olas del Pacífico Norte. Y aunque el dato pueda sonar simpático, también deja un sabor amargo: su resistencia y durabilidad evidencian el enorme problema de la contaminación plástica en el mar.
Blanqueados por el sol y el agua salada, los patos y castores terminaron perdiendo su color y quedaron completamente blancos, mientras que las tortugas y las ranas lograron conservar sus tonos originales. La aventura de estos juguetes inspiró la publicación de dos libros infantiles, y con el tiempo, los propios patitos se transformaron en codiciadas piezas de colección, llegando a venderse por precios de hasta 1000 dólares.
Los patitos de goma demostraron que, a veces, los accidentes pueden ser caminos que ni la ciencia más planificada podría prever. También dejaron una advertencia flotando en las aguas: lo que tiramos al mar no desaparece. Solo cambia de lugar, y a veces, da la vuelta al mundo.