Ballenas enredadas: récord histórico en la costa de California y alarma mundial
En 2024 se registraron 95 ballenas atrapadas en cuerdas y redes en aguas de Estados Unidos, la cifra más alta de la historia. California encabeza los reportes y la amenaza se agrava en un escenario de múltiples presiones humanas.

Las ballenas siempre fueron un símbolo de libertad en los océanos, pero en la práctica esa libertad hoy está comprometida. Cada vez más de estos gigantes marinos aparecen enredados en líneas de pesca, boyas, cabos de ancla y redes que flotan como trampas invisibles bajo el agua. El último informe de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) encendió las alarmas: en 2024 se confirmaron 95 ballenas enredadas en aguas de Estados Unidos, la cifra más alta desde que existen registros.
El dato no es menor si se lo compara con el promedio histórico, que ronda las 71 ballenas enredadas por año. El salto es claro: mientras en 2023 se habían contabilizado 64 casos, la curva se disparó en apenas doce meses. De los 95 informes de 2024, 87 correspondieron a animales vivos, aunque luchando con sogas y cabos que les dificultaban moverse o alimentarse. Los otros ocho fueron reportados tras la muerte de los cetáceos, una muestra del desenlace más frecuente cuando no hay rescate a tiempo.
California, epicentro del problema
El mapa de los enredos no se distribuye de manera pareja. Según NOAA, más del 70 % de los casos de 2024 se concentró en las costas de California, Alaska, Hawái y Massachusetts. Y dentro de esa lista, California se llevó la peor parte con el 25 % de los informes, en su mayoría en la Bahía de San Francisco y en Monterey, dos áreas de intensa actividad pesquera.
Las principales víctimas fueron las ballenas jorobadas, con 77 casos. Su comportamiento migratorio y su cercanía a la costa las vuelven especialmente vulnerables. Pero no fueron las únicas: el balance incluye también ballenas grises del Pacífico Norte, ballenas francas del Atlántico Norte, minkes, cachalotes, ballenas de aleta e incluso ballenas de Groenlandia.
El informe también traza un vínculo con las artes de pesca. Aproximadamente la mitad de los incidentes estuvo relacionada con líneas utilizadas en la pesca comercial y recreativa. El resto de los casos involucró cabos, boyas y redes, aunque en circunstancias en las que no pudo identificarse con claridad a una pesquería específica. Desde 2007, los datos acumulados revelan un patrón preocupante: más de 920 ballenas jorobadas fueron mutiladas o murieron atrapadas en palangres de la pesca de cangrejos, un arte muy usado en la región para sacar jaulas del fondo marino.
Una amenaza que se multiplica
Los enredos son solo la punta visible del iceberg de amenazas que enfrentan las ballenas. En paralelo, crecen los reportes de muertes por choques con barcos. Solo en el Área de la Bahía de San Francisco, 21 ballenas grises murieron en 2024, la mayoría por embestidas de embarcaciones.

A eso se suman la contaminación acústica, que altera su orientación y comunicación; los residuos plásticos, que terminan en sus estómagos; los vertidos químicos y las enfermedades. El cambio climático, además, está modificando la disponibilidad de alimento, lo que obliga a los cetáceos a acercarse a zonas costeras y aumenta el riesgo de cruzarse con redes y cabos. En palabras simples: el océano se volvió un campo minado para los gigantes marinos.
Entre la política y la ciencia
Lo más llamativo es que este récord llega en un momento de fragilidad política. La financiación de la NOAA, clave para monitorear, rescatar y coordinar respuestas, está bajo amenaza. Mientras tanto, el Congreso estadounidense avanza un proyecto de ley que debilitaría la Ley de Protección de Mamíferos Marinos, sancionada en 1972 bajo la presidencia de Richard Nixon y considerada una de las piedras fundacionales de la política ambiental del país.
“Este informe pinta un panorama claro: nuestras salvaguardias actuales no son suficientes”, señaló Gib Brogan, director de campaña de Oceana, una organización internacional de defensa de los océanos. Desde su perspectiva, el riesgo de retroceder en materia de protección legal podría agravar aún más un escenario ya crítico.
En la misma línea, Kathi George, directora de conservación de cetáceos del Centro de Mamíferos Marinos de Sausalito, recordó que la salida requiere acciones coordinadas. Entre las medidas más prometedoras aparecen las tecnologías de pesca emergente, que reemplazan los cabos tradicionales por dispositivos controlados a distancia que elevan las jaulas sin necesidad de sogas permanentes en el agua. A eso se suman mejores esfuerzos de detección y rescate, y un sistema más eficiente de intercambio de datos entre agencias y pescadores.
Los números de 2024 dejan en claro que los océanos ya no son ese refugio inmenso que parecía intocado. La huella humana llega hasta las profundidades y, a diferencia de las ballenas, no se enreda sola: multiplica sus impactos. Lo que ocurra en los próximos años dependerá de cuán rápido se logre equilibrar dos fuerzas opuestas: la explotación de los mares y la voluntad de proteger a quienes los habitan desde hace millones de años.