Algas: por qué ganan terreno en la alimentación y qué precauciones hay que tener antes de incluirlas en la dieta diaria
Del sushi a las sopas gourmet, las algas marinas se instalan en Occidente, pero su consumo excesivo puede tener efectos no deseados.

El auge de las algas en la dieta occidental es innegable. Estos organismos marinos, que han sido un pilar de la cocina asiática durante siglos, ahora se encuentran en restaurantes y hogares de todo el mundo.
Las algas se dividen principalmente en dos categorías: microalgas y macroalgas. La diferencia entre ambas radica principalmente en su tamaño y estructura. Las microalgas son organismos unicelulares o formados por muy pocas células, invisibles a simple vista, que flotan libremente en ambientes acuáticos y forman parte del fitoplancton.

Las macroalgas, en cambio, son organismos multicelulares, visibles y con formas más complejas, que suelen adherirse a rocas u otras superficies en el fondo marino.
Aunque ambas realizan fotosíntesis, no son plantas en sentido estricto. Las macroalgas se parecen más a los vegetales que conocemos y son las que comúnmente se utilizan en la gastronomía. Las microalgas, en cambio, se consumen sobre todo como suplementos nutricionales debido a su alta concentración de proteínas, vitaminas y antioxidantes.
Las microalgas, como la espirulina o la chlorella, se caracterizan por su altísimo contenido en proteínas, antioxidantes y otros micronutrientes concentrados. Suelen consumirse en forma de suplementos —polvos, comprimidos o cápsulas— y son especialmente populares en dietas vegetarianas por su perfil nutricional denso.

Las macroalgas, como el nori, el wakame o el kombu, tienen un uso más culinario que suplementario: se integran directamente en platos como sopas, ensaladas o sushi, y aunque su aporte proteico es menor, destacan por su contenido en fibra, minerales como el yodo y el hierro, y ciertos ácidos grasos omega-3.
Lo que las hace especialmente atractivas es su perfil nutricional. Ricas en vitaminas del grupo B, hierro, calcio y, sobre todo, ácidos grasos omega-3 (especialmente EPA y DHA), las algas son una excelente opción para quienes buscan alternativas a los alimentos de origen animal. Además, su bajo contenido calórico y alto valor en fibra las convierte en un excelente complemento para quienes buscan mantener una dieta balanceada y saludable.
¿Hay riesgos en el consumo de algas?
Aunque las algas tienen muchos beneficios, no todo es perfecto. Algunas especies, como el kombu, contienen altos niveles de yodo, lo que podría ser peligroso para las personas con trastornos tiroideos. El consumo excesivo de yodo puede afectar la función de la tiroides, causando problemas de salud a largo plazo. Por esta razón, se recomienda que personas con hipotiroidismo o hipertiroidismo eviten consumir estas algas de forma habitual.
Además, las algas marinas pueden acumular metales pesados presentes en el agua, como mercurio, plomo o arsénico. Esto es especialmente problemático con variedades como el hiziki, que contiene altos niveles de arsénico y que, en algunos países, ha sido desaconsejada para consumo humano.

Este riesgo no se asocia a todas las especies de algas por igual, y el origen de las mismas puede jugar un papel crucial en la cantidad de metales pesados presentes en ellas.
Por lo tanto, aunque las algas son un excelente complemento nutricional, su consumo debe ser moderado y supervisado por un especialista. No se recomienda incluirlas en la dieta diaria de manera constante, especialmente si no se cuenta con un conocimiento claro sobre su origen y las condiciones de cultivo. Las personas con problemas de tiroides, las embarazadas y los niños deben tener especial precaución.
Al igual que cualquier tendencia alimentaria, es fundamental consultar con un especialista en nutrición sobre los posibles riesgos y elegir productos de fuentes confiables. Así, podemos aprovechar al máximo las propiedades de este recurso natural sin poner en peligro nuestra salud.