El misterio de los fuegos fatuos: qué descubrió la ciencia detrás de las luces que parecen del más allá

Durante siglos, las pequeñas luces que flotan sobre pantanos y cementerios fueron sinónimo de almas perdidas. Un nuevo experimento sugiere que detrás de esos destellos fantasmales hay algo mucho más terrenal.

fuego fatuo
El fuego fatuo es frecuente en los cementerios y su formación es un misterio.

En las noches húmedas, cuando el aire se espesa y el suelo parece respirar, hay quien jura haber visto pequeñas llamas azules danzando sobre los pantanos. Los antiguos las llamaban fuegos fatuos, y aseguraban que eran las almas errantes de los muertos o señales de otro mundo. Desde Escocia hasta el Litoral argentino, los relatos se repiten con variaciones, siempre entre la superstición y el espanto.

Pero detrás de esa poética macabra, había un misterio persistente. La ciencia logró explicar parte del fenómeno: en los suelos anegados, la materia orgánica en descomposición libera metano, un gas inflamable. La cuestión es que, para encenderse, el metano necesita una chispa o una fuente de calor, y en los pantanos no parece haber ni una ni la otra. ¿De dónde salía entonces esa luz espectral?

Relámpagos en miniatura

La respuesta podría estar en algo tan pequeño que hasta hace poco era invisible. Richard Zare, químico de la Universidad de Stanford, decidió estudiar lo que ocurría cuando burbujas diminutas de gas se encontraban dentro del agua. Su equipo diseñó un experimento sencillo, pero con una precisión asombrosa: una boquilla que liberaba microburbujas de aire y metano en un tanque, mientras cámaras ultrarrápidas registraban cada milésima de segundo.

Cuando pequeñas burbujas de gas, cargadas de electricidad, chocan entre sí en el agua o el aire húmedo, generan una minúscula chispa llamada "microrrelámpago". Esta chispa es lo suficientemente potente como para encender brevemente el gas metano (proveniente de la materia orgánica en descomposición) y producir un destello fugaz, azulado y a ras del suelo, imitando las llamas espectrales que durante siglos se atribuyeron al más allá.

Lo que observaron fue inesperado. En el instante en que dos burbujas se acercaban y colisionaban, aparecían destellos brevísimos de luz, incluso cuando no había metano presente. Eso indicaba que no se trataba de una combustión, sino de otra cosa: un fenómeno eléctrico.

El equipo propuso entonces que las burbujas, al moverse y deformarse, se cargaban eléctricamente. Cuando dos de ellas con cargas opuestas se tocaban, descargaban su energía en forma de una chispa microscópica. A ese evento lo llamaron microrrelámpago.

Un pantano lleno de chispas invisibles

Esos microrrelámpagos, aunque diminutos, liberaban energía suficiente para excitar moléculas cercanas, generando luz y calor a temperatura ambiente. En otras palabras, una descarga eléctrica natural capaz de iluminar brevemente el entorno y de oxidar el metano presente en el aire o en el agua.

cementerios
El fuego fatuo y la serpiente, de Hermann Hendrich (1823)

Este mecanismo encaja de manera sorprendente con los testimonios históricos de los fuegos fatuos: luces azuladas, efímeras, que flotan a ras del suelo en zonas húmedas. Las chispas invisibles podrían ser la explicación más plausible para un fenómeno que la humanidad observó -y temió- durante siglos.

El estudio, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, no prueba de manera definitiva que los fuegos fatuos ocurran así en la naturaleza, pero ofrece una base científica sólida. Es decir, si se combinan metano y burbujas eléctricamente activas, el resultado puede parecerse mucho a esas llamas misteriosas que los campesinos describieron con precisión antes de que existieran las cámaras de video.

Cuando la vida también chispeó

Lo más fascinante del trabajo de Zare no es solo que le quite el disfraz sobrenatural a los fuegos fatuos, sino que abre una puerta inesperada: la posibilidad de que estos microrrelámpagos hayan tenido un papel en el origen de la vida.

En la Tierra primitiva, los océanos bullían de burbujas generadas por actividad volcánica y procesos químicos intensos. Cada burbuja era una pequeña frontera entre gases y líquidos, un sitio perfecto para acumular cargas eléctricas. Si esas descargas eran capaces de activar reacciones químicas, como las que hoy vemos en el laboratorio, podrían haber sido el escenario ideal para formar las primeras moléculas complejas.

Zare y su equipo ya demostraron que estas microdescargas pueden unir aminoácidos para formar péptidos (las piezas básicas de las proteínas) y combinar ácidos nucleicos para crear polinucleótidos, los precursores del ADN y el ARN. En ese contexto, los microrrelámpagos podrían haber reemplazado a los grandes rayos atmosféricos que Stanley Miller y Harold Urey usaron en su famoso experimento de 1953 para recrear la “chispa” de la vida.

Referencia de la noticia

Y. Xia, Y. Meng, J. Shi, & R.N. Zare, Unveiling ignis fatuus: Microlightning between microbubbles, Proc. Natl. Acad. Sci. (2025).