La ciencia le dio la razón al Negro Fontanarrosa: por qué hay palabras que tienen más fuerza que otras

No todas las palabras pesan lo mismo en la cabeza. Algunas entran, hacen ruido y se quedan. Otras pasan como el zumbido de una heladera vieja. Un nuevo estudio sugiere que el secreto no está solo en lo que significan, sino en cómo suenan.

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El sonido de las palabras sería más importante que su significado

Cualquier argentino que haya escuchado al Negro Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua de 2004 sabe que hay palabras que tienen una "fuerza" especial. El Negro se preguntaba, con esa genialidad tan nuestra, por qué el término "pelotudo" era tan imbatible. Decía que es una palabra redonda, que la fuerza está en la "p", en esa explosión que sale de los labios. Bueno, resulta que la ciencia le dio la razón: los sonidos de las palabras no son un accidente.

Un estudio reciente publicado en la revista Cognition exploró por qué algunas palabras se nos quedan grabadas mientras que otras pasan de largo como una brisa suave. El equipo de investigación analizó cómo la "sorpresa fonémica" -qué tan inusual suena una palabra- se vincula directamente con lo que el término intenta transmitir.

Palabras que suenan distinto (y se notan)

Decimos perro y algo aparece de inmediato en nuestra mente. Una imagen, una textura, quizá un recuerdo con olor a patio. Decimos trama y nuestro cerebro tarda un poco más en enganchar. No es solo una cuestión de significado: el sonido también juega su partido. Y no lo hace en silencio.

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La psicolingüística trabaja con un concepto clave: la sorpresa. En términos simples, mide qué tan esperable resulta algo dentro de un sistema. En el lenguaje, esa sorpresa puede aparecer en una frase, en una palabra o incluso en un sonido.

Todas las palabras de una lengua se construyen con el mismo inventario de sonidos y reglas. Sin embargo, no todas combinan esos sonidos de la misma manera. Algunas usan secuencias muy frecuentes - predecibles- y otras apuestan por combinaciones raras, menos transitadas. Estas últimas aportan más información y, por lo tanto, más sorpresa.

Si escuchamos secuencias muy comunes, como las que forman "estante" o "cantar", nuestro cerebro se pone en modo ahorro de energía. Pero cuando aparecen combinaciones más raras, como el sonido /sv/ o /koi/, se activa una alerta.

La teoría de la información permite calcular ese efecto con bastante precisión. Secuencias como /st/ o /an/ aparecen en montones de palabras del inglés. Otras, como /koi/ o /sv/, resultan mucho menos comunes. Cuando una palabra incluye sonidos poco habituales, destaca. Literalmente, hace más ruido en el sistema.

Cuando el significado pide atención

El estudio se propuso responder una pregunta concreta: ¿las palabras con significados más vívidos suenan, en promedio, más sorprendentes? Para eso, los investigadores analizaron un corpus gigantesco de inglés hablado -51 millones de palabras tomadas de subtítulos de cine y televisión- y le asignaron a cada término un puntaje de sorpresa fonémica.

Después cruzaron estos datos con tres dimensiones de la viveza semántica:

  • Concreción: qué tan ligada está la palabra a la experiencia sensorial
  • Imaginabilidad: qué tan fácil resulta formar una imagen mental
  • Especificidad: cuán preciso es el significado

El resultado fue claro. Las palabras más concretas e imaginables tienden a ser más sorprendentes en su forma sonora. Dicho de otro modo: cuando una palabra refiere a algo fácil de visualizar, tocar u oler, suele estar construida con sonidos menos previsibles.

El mito del nombre caprichoso

Durante décadas, la lingüística moderna sostuvo que la relación entre un objeto y su nombre era arbitraria. Es decir, que a un árbol le decimos "árbol" simplemente porque nos pusimos de acuerdo, pero que el sonido en sí no tenía nada que ver con la planta.

Sin embargo, este nuevo análisis puso esa idea contra las cuerdas. Al igual que las onomatopeyas (como "bum" o "miau") usan sonidos icónicos para imitar la realidad, muchas otras palabras utilizan la sorpresa sonora para "marcar" significados salientes.

Peligro y supervivencia: se observó que las palabras con carga negativa o que indican amenaza (como "serpiente" o "tigre") suelen ser fonéticamente sorprendentes. Es una forma de decir: "Prestá atención ahora, esto es relevante".

Eficiencia: el sistema busca que los conceptos concretos no se confundan entre sí en medio del ruido cotidiano.

Las palabras muy concretas e imaginables se procesan con mayor facilidad. En cambio, las palabras con alta sorpresa fonémica y mucha especificidad demandan un poco más de esfuerzo cognitivo. No entran gratis. Piden atención.

No se trata de gritar más fuerte, sino de sonar mejor en el sentido cognitivo. Si el objetivo es que algo se entienda, se recuerde y deje huella, el sonido importa. Mucho.

Ahí aparece la hipótesis central del trabajo: el lenguaje no solo busca eficiencia -decir mucho con poco-, sino también optimizar la atención. Algunas palabras están “diseñadas” para frenar al oyente, marcar algo importante y asegurarse un lugar en la memoria.

Un manual para comunicar mejor

Entender este mecanismo tiene aplicaciones prácticas que van desde la publicidad hasta la educación. Si queremos que un mensaje de salud pública o una lección escolar se grabe en la memoria, elegir palabras con alta carga de "sorpresa" y viveza podría ser la clave.

Al final, parece que el lenguaje no solo sirve para transmitir datos, sino que está diseñado para guiar nuestra atención. El Negro Fontanarrosa- que nada tuvo que ver con este estudio- no se equivocaba y lo explicó mejor que muchos papers: hay palabras que necesitan esa explosión sonora para existir con fuerza. Al elegir términos vívidos y sorprendentes, no solo hablamos; estamos obligando al otro a que nos guarde un lugar en su memoria.

Referencia de la noticia

Alexander Kilpatrick, Rikke Bundgaard-Nielsen, Say it like you mean it: Linguistic vividness and the attentional optimization hypothesis.